
La mayoría de los juguetes eróticos que se venden en el mundo proceden de destartaladas factorías chinas donde se fabrican rutinariamente
Gracias a los jornales irrisorios que cobra su abundante y baratísima mano de obra, China se ha convertido en la «fábrica del mundo», en el lugar del que proceden todos los artículos que consumimos en nuestra vida cotidiana. Podemos encontrar de todo: desde las camisas que vestimos hasta los juguetes que les regalamos a nuestros hijos, pasando por los electrodomésticos que, teóricamente pero no siempre, nos hacen la vida más fácil. De China también vienen otra clase de objetos menos conocidos, pero cada vez más demandados en Occidente: los artilugios sexuales.
Fábrica de juguetes eróticos
La mayoría de consoladores, anillos vibratorios, muñecas hinchables y demás juguetes íntimos para el placer se fabrican en la provincia industrial de Guangdong (Cantón), situada al sur del país y fronteriza con Hong Kong. En la ciudad de Dongguan, uno de los principales centros manufactureros de China próximo a Shenzhen, ha habido en los últimos años una auténtica eclosión de fábricas de objetos sexuales. Una de ellas es la compañía Danny, que el año pasado exportó material por más de siete millones de euros y cuenta en su plantilla con 200 trabajadores – la mayoría mujeres – que ganan un sueldo mensual de unos 200 euros por jornadas diarias de 10 horas. Cada mes, Danny fabrica 800.000 anillos vibradores y 50.000 consoladores. Aunque los envases de dichos productos siempre muestran como reclamo imágenes eróticas de modelos lascivas y sugerentes, la dura realidad es que el proceso de producción no puede ser más frío, aséptico e industrial.

La mayoría de juguetes eróticos se fabrican en la provincia industrial de Guangdong (Cantón)Un negocio al margen de crisis. Todo ello bajo la atenta mirada de su jefe, Gu Shouqiang. A sus 35 años, este exitoso empresario asegura que su negocio no ha sentido el golpe de la crisis económica internacional porque al menos en su sector «las exportaciones a Estados Unidos y Europa se han disparado un 180 por ciento». Con un largo bigote con perilla a lo Fu Manchú y ataviado con un traje tradicional blanco como el de los antiguos mandarines, Gu es un emprendedor «hecho a sí mismo». Sin estudios en Económicas ni Empresariales, trabajaba en una compañía petroquímica de su provincia natal, Jiangsu, hasta que hace tres años se hizo cargo de esta fábrica, traspasada por un amigo suyo que no fue capaz de verle la rentabilidad que le ha sacado Gu. «Se trata de un sector con grandes posibilidades, porque, aunque el beneficio es sólo del 5 por ciento, se manejan unas cantidades enormes de anillos vibratorios, que son los favoritos en China y los vendemos a unos 30 céntimos de euros, y consoladores, que cuestan entre 1 y 7 euros y son más demandados en Occidente», disecciona el empresario su vasto mercado. Fumando compulsivamente y extasiado por una fría orgía de cifras, Gu desgrana de forma mecánica el secreto de su éxito mientras se entrega a la pasión cantonesa de preparar el té. Ante una carísima mesa de roble natural profusamente tallada y con incrustaciones de jade, maneja los números y las proyecciones de futuro con la misma maestría con que vierte el té en varias tacitas que va enjuagando una y otra vez hasta que, finalmente, propone un brindis:
