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El ácido como arma

Los peligros de las niñas y de las mujeres no están solo en la calle. Como en otros países, en Bangladesh también hay violencia de género, con el agravante de que allí se utiliza el ácido como arma. Miles de mujeres viven con la cara o el cuerpo abrasados por el ácido sulfúrico que alguien tiró sobre ellas.
Nila tiene 17 años y es la líder de una organización de mujeres atacadas por el ácido, en la ciudad de Sirajganj, a unos 170 kilómetros al norte de Dhaka. Tiene la cara y parte de su cuerpo quemados y ha decidido que va a dedicar su vida a denunciar y acabar con esa salvajada.
"Me casé en 2006, con sólo 13 años, en un matrimonio arreglado por mis padres, en el que hubo que pagar dote", explica con tranquilidad. "Mi marido era mucho mayor que yo, viajaba mucho a Arabia Saudí, porque trabajaba allí, y cada vez que volvía me pegaba. No me quería, se cansó pronto de mí. Un día me dijo que nos íbamos a vivir a Riad y que como no le obedeciera, me iba a vender en cualquier sitio. Yo me opuse durante muchos días, hasta que el 18 de febrero de 2008 llegó a casa con una botella llena de ácido y me la tiró por la cara y todo el cuerpo".
Nila tenía entonces 15 años. "El ataque acabó con mi vida, pero he decidido que no puedo rendirme y voy a dedicar todas mis fuerzas a luchar contra esta gente". Gracias al movimiento que preside Nila los agresores están siendo juzgados con dureza y ellas confían en acabar con esos ataques.
Los primeros casos se produjeron en 1994, precisamente en la zona de Sirajganj, un distrito en el que más de 500.000 personas trabajan en la industria de los telares. El ácido sulfúrico se utiliza para fijar los colores en los hilos de algodón y, aunque solo puede comprarlo el que tiene una licencia, el ácido circula sin problemas por las calles.
Nurun Nahar, 30 años, también sabe lo que es ver destruida su vida por un ataque con ácido. "Fue en 1995, cuando yo tenía 15 años", explica. "Vivía en el distrito de Patuakhli, al sur de país, con mi madre y mis hermanos. Había un chico de 18 años que estudiaba en mi misma escuela y que me pidió relaciones varias veces y yo siempre le dije que no. Un día me dijo, muy violento, que si no le quería iba a arruinar mi vida, pero yo no le tuve miedo".
"A los pocos días, el 13 de julio de 1995, entró en mi casa de noche y me tiró ácido a la cara", recuerda Nurun con un escalofrío. "Yo no sabía lo que había pasado. Me dolía mucho la cara y los brazos; sentía como si estuviera muerta. Por la mañana me llevaron al hospital y empecé todo tipo de tratamientos. Pasé ocho meses de hospital en hospital".
Su vida estaba acabada hasta que una conocida activista de Bangladesh, Nasreen Parvin Har, leyó su historia en un periódico y decidió ayudarla. "La policía no había hecho nada cuando lo denunció mi madre", explica Nurun, "pero llegó cuando Nasreen empezó a investigar y lo detuvieron. En 1997 le condenaron a muerte, aunque la sentencia está recurrida. Pero lo importante es que yo volví a la vida. Pienso en el presente y en futuro e intento olvidar el pasado, aunque estas marcas en mi cara lo hacen muy difícil".